viernes, octubre 13, 2006

Ideas

La lluvia, para variar, caía sobre su rostro y se confundía con sus lágrimas. Estaba sufriendo el más terrible de los hechos que podían sucederle, no sabía como había llegado a esa situación y no sabía como salir de ella y lloraba, lloraba con tanta fuerza que los ojos, morados por el sufrimiento, le dolían, pero la cosa no había terminado todavía. No era consciente de como había llegado hasta esa situación, y no podía dejar de pensar en que había llegado a ella de casualidad, por sus propios errores, comenzó a recordar...

Recordó que entró con una amiga a un restaurante japones y pidieron el menú del día. No recordaba que había comido y lo que había comido ya lo había vomitado. Su amiga realmente no era su amiga, era una amistad forzada donde ella no hacía más que intentar librarse de el pero no sabía como decírselo, le resultaba muy plomizo pero, por lo menos, le había dicho que le iba a invitar a comer. Pero esto el no lo sabía, solo sabía que la camarera, una atractiva adolescente, les sirvió y les ofreció unos palillos para comer, a lo que el dijo que no, que prefería cuchillo y tenedor, que no sabía usar los palillos. La japonesa puso cara rara y se alejó un momento, sin ser consciente de lo que sucedía. De repente salió el cocinero, o alguien que podría ser el cocinero, gritando como un salvaje y con una maza de clavar piquetas de tienda de campaña en la mano, golpeandole en la cabeza y dejándole inconsciente. Despertó en un contenedor de basura, ensangrentado, sin recordar prácticamente nada, y mientras trataba de salir del contenedor recordó este suceso y se dió cuenta de algo muy raro, al final del callejón en el que se encontraba no había calle ni nada, solo desierto. Corrió hacia el interior del callejón, ya que vió un tornado que por un momento pareció sonreirle y se dió cuenta de lo que estaba sucediendo, todavía no había despertado.

Desperto, esta vez sí, en un contenedor, ensangrentado, miró hacia la salida del callejón y se dió cuenta de que no pasaba nadie, salió muy torpemente del contenedor, caminó hacia la calle y cuando llegó al final se puso a llover. Entonces logró recordar. Se dió cuenta de sus errores, se dió cuenta de sus defectos, y se dió cuenta de la verdad, y esa es la verdad que no logró superar. Se desmayó y nadie estaba allí para ayudarle, se ahogó ya que un peligroso gas más pesado que el aire estaba libre en el mundo cubriendo su superficie hasta el metro de altura, únicamente sobrevivían todos aquellos que no se agachaban a atarse los cordones o que se acostaban en camas de más de un metro de altura. Lo último que pensó, con los ojos morados de llorar fué que nada tenía sentido.

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